De acuerdo a lo anteriormente
expuesto, un indicador vital del éxito en la implementación de la RSE es la
consecución de la Licencia Social de una empresa. Esta licencia, que no es
expedida por una institución gubernamental ni de la sociedad civil, no es un
documento físico sino un constructo social; tampoco es un acuerdo escrito entre
partes ni tiene fecha de expiración.
La Licencia Social puede ser
definida como la aprobación y aceptación social continua, habitualmente
intangible otorgada a un proyecto o empresa por sus grupos de interés, basadas
en las relaciones dinámicas y positivas entre las partes; es decir, es el
“permiso informal” que otorga una comunidad a una empresa para establecerse en
sus inmediaciones. Sin duda, el reto más
importante para obtener y mantener esta licencia es la necesidad de trabajar
con percepciones, las cuales regularmente son medidas por el nivel de
legitimidad, confianza y credibilidad que los grupos de interés perciban hacia
las operaciones de una empresa.
Una empresa puede cumplir e incluso exceder todos los requisitos legales
para su operación, pero sin una Licencia Social, puede ver interrumpidas sus
labores y desacreditados todos sus productos y/o servicios al punto de quebrar
o presentar serias dificultades para tener una operación continua. Es
importante tener presente una condición que conocen bien muchas industrias,
entre ellas petrolera, cementera, generadoras de energía, minas, entre otras y
es que “No todo lo que es legal es legítimo”.
Cuando una empresa cumple con los
requisitos de sostenibilidad en el mínimo, cuando no toma en cuenta la
materialidad, cuando sus relaciones con la comunidad no son efectivas y sobre
todo, cuando su área de comunicación no realiza su trabajo de manera
eficiente, sus stakeholders tarde o
temprano lo perciben y las críticas negativas aparecen, situación que deriva en
una baja considerable en el consumo de sus productos o en el peor de los casos,
con manifestaciones de hecho (en muchos casos ilegales pero legítimas) en contra de las instalaciones (propiedad
privada) de dichas empresas que de hecho tienen potencial de brindar desarrollo
a un área geográfica específica y hasta a un país si operan según lo
planeado. En este sentido,
lamentablemente hay que tener presente el acecho que sufren algunos proyectos
de desarrollo por parte de muchas organizaciones que viven del conflicto, el
cual siembran de manera meticulosa y a veces imperceptible en un cultivo
perfecto formado en poblaciones con pobres niveles de educación, nutrición y
socioeconómicos en general, siendo estas características comunes de las áreas
rurales de Latinoamérica.
Las “Consultas de buena fe”,
siendo consultas comunitarias acerca de la aceptación de una empresa en un
lugar, promovidas por organizaciones civiles y ejecutadas por líderes
comunitarios; aun cuando en ocasiones se pueden citar como evidencia de que la
Licencia Social no es otorgada por una comunidad a una empresa, es importante
saber que en países como Guatemala, no son reconocidas como legales en toda su
dimensión, y sus resultados no son considerados vinculantes. Más allá de su legalidad, estas consultas
procuran reivindicar el derecho a la autodeterminación de los pueblos y
autogobierno en la unidad del Estado, así como, el cuidado de la naturaleza de
manera que se le incluya dentro del contrato social de la democracia
participativa, y el respeto de los derechos colectivos. De tal manera, las mismas tienen
consecuencias serias tanto para el gobierno como para las empresas y la propia
comunidad, ya que en muchos casos crean división entre los grupos de interés,
críticas a las instituciones del Estado y rechazo a las empresas, situación que
sin duda alguna, aleja la Inversión extranjera directa de los países
receptores, perdiendo oportunidades latentes de desarrollo.
No existe ninguna fórmula única
para que las empresas obtengan y conserven una Licencia Social; no obstante, si son necesarios algunos
principios para ello, entre los cuales está sin duda el establecimiento de
buenas relaciones con todos sus stakeholders.
Las buenas relaciones tienen como base el respeto mutuo, la comunicación
abierta, la inclusión de todos los involucrados, la honestidad, la divulgación
total de información y la transparencia de los procesos de producción. Es necesario que las empresas sean sensibles a
las normas culturales del lugar, fijen expectativas realistas, sean
consistentes y predecibles en su comportamiento ético, pero suficientemente
flexibles, para satisfacer las necesidades de la comunidad e iniciar el proceso
de involucramiento tan pronto como sea posible.Así mismo, es fundamental la información simple, efectiva y oportuna a las comunidades sobre del alcance del proyecto y sus impactos (tanto negativos como positivos), junto con el involucramiento de los stakeholders en las decisiones que los afectan, empoderándolos por medio de participación ciudadana que junto con las estrategias de inversión social promovidas por la RSE podrán aumentar la confianza, la credibilidad y la legitimidad de las operaciones de las empresas, convirtiéndolas en rentables, social y ambientalmente responsables y sobre todo, capaces de crear sinergia con instituciones locales de gobierno, con la sociedad civil y la comunidad que en conjunto mejorarán a la sociedad en donde opera la organización generando utilidades a sus accionistas de una manera sostenible.
Una vez más, se hace evidente que las estrategias de RSE van más allá de la filantropía y la concentración absoluta en la generación de utilidades; sino que estas estrategias permiten a las empresas e instituciones reducir los riesgos de crisis y la crítica pública y por ende la mala reputación, especialmente en entornos conflictivos o inestables. La RSE va de la mano de una adecuada gestión de impactos, permite a la empresa ser considerada por la sociedad como un factor de desarrollo, facilita a la comunidad a responder de manera positiva a la pregunta “¿Vamos a estar mejor o peor con la operación de la empresa?”, y sin duda alguna, previene a la empresa de tener problemas sociales que le eviten convertirse en un vehículo de desarrollo y progreso para todos mientras opera para cumplir también su fin de generación de utilidades.
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